El Fuego, prólogo a 'De oro y de fuego'
EL FUEGO
(prólogo a
De oro y de fuego, de Alfredo Rodríguez)
La poesía convierte el barro en oro; a partir del oro solo
suele conseguirse oropel. Alfredo Rodríguez quiere ser la excepción a esa
regla. A él le gusta hacer poesía de materias ya convencionalmente poéticas:
sus versos están llenos de héroes y diosas, de sentimientos sublimes, de
altanera mirada sobre un mundo que busca sobre todo provecho económico. Su
ciudad es Venecia; su mentor, José María Álvarez, el más culturalista y
desdeñosamente aristocrático de los poetas españoles.
Alfredo
Rodríguez escribe desde el entusiasmo. Puede pergeñar poemas elegíacos, y los
tiene heridoramente conmovedores, pero el entusiasmo por la poesía no le
abandona nunca. Escribe desde el fervor y ese fervor acaba contagiándolo a sus
lectores, incluso a los más escépticos, a los que no dejan de ver algo de
manida guardarropía retórica en su utillaje poético.
Pero
siempre hay un momento en que somos alcanzados por el tiempo, como decía
Cernuda. Y ese momento parece haber llegado en De oro y de fuego, a pesar del título, a pesar incluso del autor
que quiere seguir viviendo lejos de la prosa consuetudinaria, que no quiere
dejar de perseguir un Ideal de inalcanzable mayúscula. El primer poema nos
habla de una “vida que no se parece a la vida”, de una vida “que no se deja besar
en los labios”. Pero la vida tal como es, con su grandeza y sus miserias, rara
vez se parece a la vida según la imagina esa especie de perpetuos adolescentes
que son algunos versificadores.
Jean
Cocteau, de quien tanto se ha repetido su definición de la poesía: una mentira
que siempre dice la verdad, respondió a la convencional pregunta de qué cuadro
salvaría primero en un hipotético incendio del Louvre: ¡El fuego!
El fuego es
también lo que yo salvaría de la poesía de Alfredo Rodríguez; todo lo demás
–citas, mitos, rosas, homenajes-- lo
dejaría arder, volverse ceniza y biblioteca. El fuego del entusiasmo por la
poesía que ilumina cualquiera de sus páginas y que ojalá siga deslumbrándole
para siempre y con él a nosotros, sus lectores.
José Luis García Martín
Oviedo, 2 de Enero de 2012