Presentación de Urre Aroa por Consuelo Allué
"El arte es una pregunta" han afirmado,
desde una perspectiva muy intelectual. Y yo estoy de acuerdo. El arte, además, cumple la función de recordarnos en qué consiste ser
humanos. Por otra parte, desde una perspectiva más formal, hablando de
cuestiones de técnica, yo diría que el arte es un juego de espejos. Se juega
entre la realidad y las imágenes que proyecta esa realidad, y la versión que el
autor da de la realidad que, convertida en arte, ya ha dejado de serlo (en
principio).
De alguna forma, podríamos entender la obra de arte
como la imagen en el espejo que un artista nos ofrece de algo. Un juego también
que tiene algo de laberíntico, con los caminos ocultos que el autor, el creador
nos propone para que lleguemos a la obra. Y lo importante, como siempre, más
que llegar al final, es recorrer el camino, andar por el laberinto de la obra
de arte.
Ambos elementos están en Urre Aroa, tanto el juego de espejos como la idea de laberinto. Alfredo
Rodríguez nos propone un viaje a la Edad Media, erdi aroa / urre aroa. Porque
no es solo que Alfredo nos haya traído a seis poetas de la Edad Media, sino que
él se ha permitido el lujo de trasladarse a la Edad Media y adoptar seis
personalidades, experimentar en cuerpos y cabezas ajenas, más como un creador
que como un actor. Un viaje astral al pasado en el velero de la poesía.
Hablando de espejos, existe un juego relacionado
con la escritura especular, mediante espejos, son los palíndromos. Conozco uno
que me gusta, reconocer. Como vemos, se lee igual de izquierda a derecha que de
derecha a izquierda. En eso consisten los palíndromos. Sé otro que tiene que
ver con esta obra: soy yos.
En Urre Aroa,
lo mismo que en los libros de caballerías (y nos situamos en la Edad Media, en
el mundo de Lancelot y de la reina Ginebra, de Amadís y de tantos otros), se
emplea la técnica del manuscrito encontrado. Los escritores de los libros de
caballerías siempre afirmaron en los comienzos de sus obras que ellos eran
meros transmisores y traductores, puesto que un día andando por ahí, en las
ruinas de un castillo o de una iglesia, de pronto vieron que aparecía de entre
las piedras un manuscrito oculto en un cofre de madera que el tiempo había
destruido. Incluso Cervantes lo hace, en El
Quijote, multiplicando os manuscritos y los antiguos autores. Como Alfredo.
El poeta es un fingidor, dijo Pessoa. Luego cuidado
con los poetas. Por otra parte, después de que Descartes dijera "pienso
luego existo", alguien dijo "pienso luego insisto", como
Alfredo.
En la introducción tenemos unas cuantas pistas que
nos deja Alfredo, unas cuantas claves de su obra: el botín del mundo, el
vocabulario (rimero de libros, desmedrado), la intención de universalizar lo
local, la idea de que el mejor regalo es un libro de poesía.
Tenemos a Henrique de Ariztarai, atrevido y
provocador. A Fermín Arrax, bardo místico y animista. A Xabier de Zuriquoain,
el resistente, insumiso y cosmopolita. A Miguel de Unzit, el noble, el caballero,
el esteta. A Vicente Racais de Yuso, el hombre habitado por un arte o una droga
que se abandona a esa posesión. Y a Inaxio de Huvilzieta, que encarna la
resistencia pasiva, quien parece saberse predestinado al desahucio y, aún así,
se queda. Todos ellos reunidos en Urre Aroa.
Consuelo Allué
Burlada, 9 de junio de 2013
