La poesía de la tierra Naba
Hay historias que se construyen desde la
imaginación. Otras requieren técnica, táctica, estrategia. Y las menos (no por
demérito sino, al contrario, por la sofisticación que destilan) de la intuición
poética. ‘Urre Aroa’ (Los papeles del sitio, 2013) pertenece a esta última estirpe,
al linaje de un rosario de poemas apócrifos en los que el autor, Alfredo
Rodríguez (Pamplona,
1969), es y no. Como todo poeta que se precie.
‘Urre Aroa’ es, como todo diván, un juego
especular. En el caso que nos ocupa, la sucinta recopilación apócrifa de estos
seis poetas de la tierra Naba. Versos que se contestan, que surgen del mismo
manantial, localizaciones topogeográficas que sobrecogen por la bruma de los
años que hace que han pasado desde que uno estuvo allí... Como Avalon, reales;
como Castalia, aquel otro reino construido por Hesse, la tierra Naba de
Rodríguez casi puede tocarse.
Henrique de Ariztarai, el mayor poeta de los nabarros; Fermín
Arrax, la lengua misteriosa de las montañas; Xavier de Zuriquoain, el indomable exiliado; Miguel de Unzit,
hidalgo en Saint Michel; Vicente Racais de Yuso, el poeta y su princesa Extraña
e Inaxio de Huvilzieta, la huella serfardí, componen el hexágono poético de la propuesta.
La libación que nos brinda Rodríguez, como toda
su poética, como toda su vida, atrevemos a afirmar, huele a mitología, a tierra
de antaño embrumada por humo y con olor a madera. También a bronce y
batalla, también a gloria y lealtad a uno mismo.
Baste esta muestra para incitar la lectura. “Morir, ser humo en el mar, como creen/ que mueren los Antiguos, / que sin ojos no pueden/ entrar en las praderas del Espíritu / y han de vagar sin celo entre los vientos / por sus valles de piedra. / O morir hasta la tierra desértica, / grandes rocas moldeadas por el aire, / y volver tras la muerte, cual delicados cisnes. // La tierra que llama al hombre a su seno./ El viento que moldea rocas y hombres.”
‘Urre Aroa’ es una deliciosa charada sembrada por heterónimos a la que entregarse sin objeción alguna, porque el engaño, cuando adquiere categoría literaria, deja de serlo y se convierte en goce.
Baste esta muestra para incitar la lectura. “Morir, ser humo en el mar, como creen/ que mueren los Antiguos, / que sin ojos no pueden/ entrar en las praderas del Espíritu / y han de vagar sin celo entre los vientos / por sus valles de piedra. / O morir hasta la tierra desértica, / grandes rocas moldeadas por el aire, / y volver tras la muerte, cual delicados cisnes. // La tierra que llama al hombre a su seno./ El viento que moldea rocas y hombres.”
‘Urre Aroa’ es una deliciosa charada sembrada por heterónimos a la que entregarse sin objeción alguna, porque el engaño, cuando adquiere categoría literaria, deja de serlo y se convierte en goce.
Esther Peñas
Solidaridad Digital
28 Junio 2013
