Cultura viva, no gestual
Cultura viva, no gestual
Por Antonio Colinas
9 de Julio de 2009
Los movimientos y las generaciones literarios funcionan cíclicamente. Los primeros son benéficos al aportar un cambio, muchas veces radical, y al superar los efectos o los defectos de anteriores propuestas poéticas. Las generaciones poseen un útil sentido didáctico, pero no siempre responden verdaderamente a razones estéticas profundas. Creo que es necesario hacer esta doble valoración previa para opinar sobre una obra poética como la de José María Álvarez, uno de los miembros de la llamada “generación novísima” que quizá, con más fundamento que otros, respondió al reto de que era necesario apostar, a finales de los años sesenta, por una nueva sensibilidad, por un nuevo lenguaje y por unas nuevas lecturas. Estas últimas, en el caso de Álvarez, fueron especialmente ricas.
De que en José María Álvarez hay una
voz sincera lo prueba, entre otras razones, que es el autor de una obra muy personal
que ha ido acrecentándose a lo largo del tiempo y que ha respondido, en
sucesivas ediciones, a un solo libro, Museo de cera. Ser fiel a un solo libro implica sobre todo
ser fiel a una voz personal. (Con frecuencia se juzga a algunos poetas porque
siempre escriben “el mismo poema”, pero yo me pregunto qué puede hacer un poeta
que posee una voz propia sino repetirla y enriquecerla sin traicionarla nunca.
Por eso los grandes poetas se distinguen por esa fidelidad primera y última al
propio poema, al propio estilo.)
De aquella primera edición germinal
de 1970, de Museo de cera,
partieron las sucesivas en las que siempre encontramos esa misma voz, muy fiel, sí, a una estética
generacional, pero a la vez convincente por su carga de intensidad y por un
lirismo sutil que en ningún caso logra apagar la profusión de los nombres
propios, las innumerables referencias
cultas, las citas de otros autores, que traspasan esta obra. Y ya estoy
refiriéndome a otra característica de este poeta que debemos comprender muy
bien, no de manera fácil o engañosa. Me refiero a lo que el tópico reconocería
a la ligera como su excesivo “culturalismo”.
Seguramente no existe un poeta,
entre los novísimos castelletianos, que de manera tan rotunda nos ofrezca una
presencia tan viva de la cultura. Y digo viva
porque, no siempre el “culturalismo” implica vida en su generación, pues a
veces sólo es el resultado de una epidérmica aproximación a formas y temas del
mundo literario, desde una óptica burocrática o funcionarial, a gestos cinematográficos
o librescos en general. En otros autores, la cultura aparece también como un
“telón de fondo” que se esfuerza, tantas veces inútilmente, por darle al poema
la vida y la originalidad que no posee. Porque la poesía es, ante todo, un don
y éste no siempre lo poseen los poetas.
En la poesía de Álvarez, por el
contrario, el autor ha llevado la presencia de la cultura hasta límites
extremos, pero nunca epidérmicos o gestuales; ha sabido mantener la tensión
creadora en los temas sin renunciar nunca a la experiencia vital. Y sin prisa
pero sin pausa. Se convierte así el tema del poema, sí, en un recurso culto,
pero a la vez siempre está traspasado por esa conmoción de un lirismo sutil que
lo vivifica.
El tiempo pasa sin piedad sobre esos
movimientos y generaciones literarias que, en su día, nos parecieron
rupturistas, cuando no provocadores. También ha sucedido así con los novísimos
de primera hora. Sin embargo, todavía hoy, tantos años después, leemos la
poesía de Álvarez apreciando su resistencia al paso del tiempo, la permanencia
de sus valores, su rico sustrato cultural, cierta claridad que la ennoblece.
Por otra parte, una buena parte de
la poesía de las dos últimas décadas ha caído, –mayormente, pues estoy
generalizando– en un tipo de poema simple y plano, urbano y casi siempre en
“blanco y negro”, al que le es difícil alcanzar la intensidad poética, el
“voltaje” que, según Pound, todo poema requiere, sobre todo si desea fulgir.
Sin embargo, desde hace cuatro o
cinco años observo un notable cambio de estética, tantos en los poetas muy
jóvenes como en los que no lo son tanto y que se entregaron a ese poema que más
parecía prosa cortada cuidadosa y engañosamente en trozos. Se vuelve a la
cultura y a lo metafísico, se vuelve al riesgo y a la intensidad en el
lenguaje, los temas de los poemas son más ricos y más libres.
Es en esta coyuntura donde una
poesía como la de Álvarez, su Museo de
cera, tienen aún mucho que decir. Es el fulgor del ayer salvado, el
poema que arriesga y que enriquece al que lo lee.
Semblanza alvareziana del poeta Antonio Colinas
Exiliado en el arte. Conversaciones en París con José María Álvarez
Alfredo Rodríguez
Ed. Renacimiento, 2013
