Plata en la sangre
Plata en la sangre
Por Vicente Gallego
11 de Mayo de 2009
“Cómo
sonaba Benny Goodman aquella / noche, / cómo sonaba. / Plata en la sangre”;
cuántas veces, a Felipe Benítez, a Carlos Marzal y a quien suscribe, se nos han
venido estos versos a la boca entre el aroma imperial de la noche murciana,
ardentísima de primavera, licores de toda catadura y amistad. En ellos cifra mi
devoción la imagen entera de José María Álvarez, Júpiter de la metáfora
hiriente, rauda, encorajinada, y almirante intrépido del buen vivir. Habría que
contar por resmas el papel necesario para hablar del poeta grande y del gran
amigo, y aquí tan sólo dispongo de unas líneas. Como recitador de sus propios
versos, diré, sin más, que no he conocido sino a unos cuantos poetas que puedan
irle a la mano, entre los cuales Francisco Brines, por no salirnos del
mediterráneo y de los afectos personales, lo acompaña en el programa de mi
tarde lírica a la carta.
Del hombre, tantas cosas: la
elegancia, que no es cosa de corbatas, aunque las luzca como pocos; el empeño
de vida; su sensibilidad de caracol que se duele en la caricia; esa lente de
aumento que se gasta para levantar la perdiz de la belleza de entre los matorrales
secos, y la caja de mixtos con que enciende sus habanos y procura prender el
polvorín allá por donde pasa. A este viajero pertinaz, que se acuesta sobre la
rosa de los vientos y al que debe darle cuerda por las noches el espíritu mismo
de la brújula, a este ojo avizor, siempre ligero de equipaje, ¿quién lo seguirá
entre los mortales en su búsqueda del confín? A no ser su estimada Carmen, ojos
vivos de entusiasmo y singladura. El que no ha entrado en su casa, no sabe lo
que cabe sin estorbo en una casa, y cómo puede colgarse en las paredes, mil
veces y una más, un mismo corazón apasionado en cada exvoto. Si tuviera que
quedarme con uno solo de sus libros, y no quiera nunca cegarme el ascetismo de
tal modo, yo diría El botín del mundo;
primero, porque ese título resume, como ningún otro de los suyos, el espíritu
de su palabra y su aventura de corsario; y en segundo lugar, por lo que el
libro dirá mejor que yo sobre sí mismo a cualquiera que se le arrime.
Encasillado por la crítica de racimo y calendario en la escuela estetizante
veneciana, casi no hay uno solo de sus poemas que no nos duela y embriague;
todos llevan prendida su rosa de cardo y su vino de últimas. Esto es lo que
hizo de mí, hace ya una friolera, lector de poesía, lo hondo que me clavaba su
rejón y cómo aquel sangrar me daba luz y gusto a ciegas. Y esto es lo que sigo
encontrándome al visitar los viejos versos siempre nuevos del amigo José María:
allí me aguardan cada vez una celada y un camino, un caerme del tiempo para
subirme al instante de la ráfaga detenida: “Benny Goodman sonó como nunca, / y aquel bar de repente fue una nave /
que nos llevaba a todos nadie sabe a dónde, / pero juntos, unidos / y felices,
/ esperando ya sólo / la sonrisa de Atenea, / la Diosa de claras pupilas”.
Semblanza alvareziana del poeta Vicente Gallego
Exiliado en el arte. Conversaciones en París con José María Álvarez
Alfredo Rodríguez
Ed. Renacimiento, 2013
