Semblanza de José María Álvarez por Juan De Dios García
Semblanza de José María Álvarez
por Juan De Dios García
8 de Julio de 2009
Nací y vivo en la misma ciudad que
Álvarez, sin embargo nunca lo he leído con esa indulgencia con la que
demasiadas veces se lee a un escritor de tu tierra. Yo abro un libro suyo con
la misma curiosidad y pasión con la que abro uno de Poe, Petronio, Borges o
André Gide. Todo sabio es apátrida.
Álvarez, por
desgracia, no es mi amigo, nos separan varias generaciones y hemos coincidido
muy pocas veces en encuentros literarios; pero puedo asegurar que de todos los
poetas españoles del siglo XX, él es el único del que he leído y releído su
obra completa. Pocos como él me han enseñado la termitencia sensorial del
Mediterráneo y las distintas luces de Venecia, Estambul y París, su santísima
trinidad topográfica... En fin, son tantas las lecciones aprendidas. Ni se
imagina la de veces que he defendido su visión del conocimiento ante el ataque
de compañeros tertulianos rencorosos, mediocres o devorados por la envidia. ¡Que ardan!, diría el maestro con
elegante gesto de desprecio.
No sé quién dijo
que un autor debería conformarse con escribir a lo largo de su vida quince o
veinte poemas memorables. Si tomamos este argumento como verdadero, Álvarez ya
podría estar descansando en el más allá, fumando, bebiendo y bamboleándose
apaciblemente en una hamaca mientras observa a obreros del Parnaso esculpir su
nombre en mármol de Carrara. Pero no, seguirá gozando, leyendo lo que le
apetezca, Stendhal, Flaubert, mirando muchachas por el Sena, escribiendo cuanto
le plazca, saboreando buenos quesos y vinos en pequeños comercios europeos,
escuchando la misma canción de Billie Holiday diez veces seguidas. Y así debe
ser. Yo creo que a él, a estas alturas, le importa tres pepinos eso de la
inmortalidad. No es casualidad que su libro de memorias se titule Los decorados del olvido.
Entre las muchas
virtudes que hallo en su verso —algunos de sus vicios personales también los
comparto—, hay una que admiro por encima de todas: la manera de crear una
belleza autónoma. Creo que ahí reside el secreto de la esfinge literaria, la
cumbre de una carrera, cuando un lector de raza puede decir con naturalidad
aquello de parece un poema de José
María Álvarez. ¿Hay mayor consagración que esa para un escritor? No lo
duden, la respuesta es no.
Semblanza alvareziana del poeta Juan de Dios García
Exiliado en el arte. Conversaciones en París con José María Álvarez
Alfredo Rodríguez
Ed. Renacimiento, 2013
